viernes, 16 de marzo de 2007

Una novela interesante.

Aquí transcribo algunos extractos de la novela El Primo Chichicuilote y La Bella Rosita, escrita por un prominente egresado de la primera generación: José Luis Medina Hernández. Aún no está publicada pero espero que muy pronto lo sea. Espero que les guste la selección. Me gustaría mandaran sus comentarios.

El Lápiz.
“Hola, primo, ¿ya sabes que van a abrir un Tecnológico en la ciudad?” Fue la noticia que el primo Chichicuilote me estampó, a manera de saludo, al abrir la puerta de la casa esa tarde. Montado en su bicicleta, brazos cruzados, una pierna en la banqueta y otra en el pedal, esperó mi respuesta.
- ¡Qué tal!, primo –estreché su mano-. No, no estoy enterado, ¿de qué se trata? –agregué.
Era extraño que el primo me visitara; aunque más extraño habría sido que yo lo hiciera. En los años anteriores, compañeros en el seminario franciscano de Guadalajara, nuestra relación no había sido próxima, más bien distante. Cada cual, en un círculo bien delimitado. En seis meses transcurridos desde mi salida del convento, esta era su primera visita.
El tiempo transforma las fisonomías. Del chiquillo que conociera ocho años atrás, no quedaban vestigios. Ahora estaba frente a mí un joven hecho y derecho, próximo a terminar la secundaria, buscando una alternativa de estudios. De pantalón negro -brilloso a punta de planchadas-, camisa blanca, chaleco gris abierto al frente y lentes de aro negro, era la sombra del seminarista que había dejado de ser tres años atrás.
- El gobernador prometió comenzar las clases este septiembre, pero la prueba de admisión será en agosto. ¿Qué te parece? –continuó el primo.
- No sé nada de ese asunto –repliqué sin interés-. Él se sentó en el cuadro de su bici, anclando los pies contra la banqueta. Como la plática amenazaba prolongarse, me recargué en el umbral de la puerta para escuchar al primo.
-Mira -siguió Carlitos-, van a abrir tres carreras técnicas: laboratorista químico, técnico mecánico y técnico electricista. Pero además, van a tener incluido el bachillerato de dos años. O sea, si sólo quieres estudiar el bachillerato, está bien; si quieres seguir un año más, terminas como técnico; y luego, si quieres, puedes estudiar la profesional aquí mismo, porque el Tec va a tener también carreras profesionales. ¿A poco no está muy bien?
- Primo -le respondí para agotar el tema de una vez-, yo pienso estudiar filosofía y letras o sicología. Si esto va a ser tecnológico, no creo que vayan a tener allí esas carreras.
- No, primo -contestó de inmediato-, pero qué tal que estudias para técnico, consigues un trabajo, y luego sigues estudiando lo que tú quieras. Yo pienso hacer la carrera de técnico porque sé que no tengo capacidad para más. Pero imagínate, qué padre sería que termináramos como técnicos y luego nos fuéramos, tú a estudiar, y yo a trabajar a otro lado, ¿eeehhh?
- Oye, ¿no se te hace darle muchas vueltas? –le dije cruzándome de brazos- Mejor termino el bachillerato de humanidades en dos años, consigo trabajo en otra ciudad y allá termino la carrera que yo elija.
El argumento era válido, pero poco realista: ni el primo ni yo teníamos el respaldo económico de nuestras familias para un proyecto así. Tal vez él intuía que la igualdad de circunstancias nos convertía en aliados naturales.
- Bueno, sí -dijo titubeando un poco y moviendo las piernas que comenzaban a hormiguearle-, pero de todos modos, hay que prepararse para los exámenes de admisión. Yo te venía a invitar a prepararnos. ¿Cómo ves?
El primo Carlos tenía una extraña virtud que había adquirido con sus primeros pasos; antes aún, cuando era apenas un niño de pecho: así se le dijera cien veces “no”, al rato volvía con lo mismo.

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Escudo del Instituto Tecnológico de Aguascalientes

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