viernes, 16 de marzo de 2007

Novela (Fragmento 6)

Sigue la espléndida narración de José Luis acerca de los personajes tan característicos de la primera generación.

Cerca del salón, los estudiosos, Javier Barroso, Eunice Castro, Jesús Sánchez Ríos, Alfonso Chávez “Schaums”, Jorge Contreras, Enriqueta Rosales y Arturo Jiménez “El Cerebro”, aprovechando el tiempo para comparar los resultados de la tarea o macheteándose la tabla periódica de elementos.
Frente al salón, Juan “El Tatachún” rodeado por la raza, tocando la guitarra, el tresillo venezolano, el contrabajo o el bajo sexto; cambiando ingeniosamente la letra de “Juan Charrasqueado” por “Juan Tatachún” –de ahí su mote- y dejando como patrimonio cultural a las generaciones futuras sus versiones de “La Sanmarqueña” y “La Endina”.
Poco más adelante, “El Riverol”, guitarrista del grupo más groovy de la ciudad –Los Riviera- rodeado de químicos y químicas, tocando los éxitos del momento.
En los andadores, el paseo de las guapas y los galanes, las miradas que descansan en una banca, el bisbiseo de las chicas, el paso de los vestidos nuevos, un giro de cabeza acomodando el pelo que cae sobre la espalda, el pantalón de campana que insinúa el talle, el corte inglés de un traje nuevo, las figuras que se antojan desnudas.
Por allí, “El Patillas”, de clase aristocrática, alto, blanco, bien vestido, bien parecido, con dinero en la bolsa siempre, luciendo imponentes patillas a la Elvis Presley, sentado, mostrando sus progresos como estudiante de guitarra clásica.
“El Gallo”, deportista nato y guitarrista aficionado, con fama de haber sido el galán de la secundaria, arrasando con todas las chicas: mal transcurriría la primera semana de clases, sería novio oficial de “La Fresita”.
El Tamalón, El Quemao y El Guácaras, deseando la mujer de su próximo: “Dios mío, ¿cuándo me darás lo mío para no desear lo ajeno?”,“¡Qué buena pecadora llevas, amigo!”,“Mira nomás, Quemao, cuánta carne y yo sin dientes”.
“El Melenas”, flaco, alto y encorvado, exhibiendo su pelo largo, sucio y grasoso, como viejo león de carpa.
Los inseparables Enrique Alonso y Armando González, apodados “Cachirulo y Fanfarrón” como los protagonistas de la serie televisiva. Enrique hablando de su novia “La Sheish”, célebre estudiante de enfermería que pronunciaba la “s” como “sh” y era la número sheish de la lista de asistencia.
Más allá, un enjambre de estudiantes alrededor de la cooperativa pidiendo el refresco, el panqué, los rollos de canela, el gansito, el cuarto de leche, el café, el jugo, la torta, la dona, las papitas, los cacahuates... y Don Tereso a los pedidos, las bromas, los envases, la feria...
Junto a la cooperativa, “La Guayaba” desayunando tranquilo un panqué y un cuarto de leche; El Babaloca arrebatándole al paso el panqué: “la renta güey”, y La Guayaba furioso propinándole una paliza. El Mangano, negociador de vocación, convenciendo a La Guayaba de no golpear más al Babaloca, tendido por tercera vez en el suelo. Después, el Babaloca relatando su versión mientras se sacude el pasto: ¿se fijaron la madriza que le estaba poniendo? ¡Nomás que me lo quitaron!
En los prados, “El Torton” y “La Tina” forcejeando como gladiadores de sumo, antes y después de un “Chinche al agua”: Doce cabalgaduras humanas empinadas y trenzadas por las piernas, tratando de hacer caer a doce jinetes que las montan de brinco, “agárrate como puedas”, y contando el tiempo que tardan en tumbarlas al pasto.
Ahí mismo, la selección de fútbol en pleno: “El Rolex”, “El Cáscara”, “El Quitos”, “El Facha”, “El Caras” y Bedoy, fatigando los prados, émulos de los pastos de Wembley, para disputar, entre clase y clase, su propio campeonato mundial de fútbol.
Bussón, suicida y con reflejos extraordinarios, convirtiéndose en el portero más espectacular que vería el Tec en muchos años, y en “El Pulpo”, por la forma de abrazar y besar a su novia.
“El Chori”, moreno espigado, de pelo chino y negro, y labios gruesos -cualquiera juraría que sus antecesores habían sido africanos- ganando fama por su habilidad en los pleitos a mano limpia y cargando su guitarra de parches sicodélicos.
Sobre el pasto, “El Ringo” o “El Patotas”, alto, flaco, de pie extra largo, fanático de los Beatles, baterista entusiasta, hijo del gerente de una radiodifusora, de noble cuna y cervecero corazón, esperando plácidamente la hora de pasar lista en las mejores cantinas de la ciudad.
Cerca de él, “El Pomponio”, la copia al carbón del cómico mexicano: estatura, panza, expresión, todo; tirado de lado al pasto, la mirada ingenua, la sonrisa inerte y la camisa desabrochada enseñando su enorme barriga.
Los ojos viendo al siguiente maestro entrar al salón, “luego le seguimos que ya llegó el profe”, “yo no entro a esa clase, al cabo que ni le entiendo”, “nos vemos a la salida chaparrita”, “no le hagan caso a ver si se va”, y detrás de todos, Javier Reyes Soto, el prefecto: “A ver jóvenes, ya, a su salón”.
En el laboratorio, El Babaloca, diciendo poseer una brújula que, colocada en la punta del pie, marca los kilómetros recorridos; o interrumpiendo el experimento de física para decirle al maestro que en su casa tiene una tabla con un teclado dibujado sobre ella que, conectada a una televisión, contesta casi cualquier pregunta... No le haga caso, profe, ¿no ve que es El Babaloca?.
A la salida de clases, El Tamalón, El Guácaras, El Quemao y El Gargajo, propagando voz en cuello el lema que será repetido de generación en generación “A chupar, a chupar, que el mundo se va a acabar”.
La Guayaba, regresando a Calvillo con su hermana La Guayabita –tan guapa como menudita-, que estudia en el grupo de las químicas. Con ellos, Alberto Martínez “El Sordo”, Jorge Luis de Loera “Manuelito” y su hermano Juan Manuel “La Navajota”.
Por otro rumbo, “El Chabelo”, Medina Ponce “La Víbora”, Juan José de la Cruz, los hermanos Moya: “El Adobe” y Moya II, regresando a Jesús María. Pedraza y Amador a Pabellón; y El Calvillito, a su natal Calvillito.
A comer y a trabajar, Mario, mi compañero de banca, rielero por heredad y casado por todas las leyes. El Tatachún: a comer y a dormir; después, a trabajar de noche en un hotel para sostener a su familia y continuar sus estudios.

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